El árbol que quería surfear.
Había que atravesar un médano alto y desde la punta del mismo ya se podía oler el océano.
Caminabas unos pasitos más y ahí estaba, líquido, transparente y con las olas que iban y venían sin cesar. Desde muy chiquito, el arbolito, ya sabía que amaba el mar.
Y aunque no lo veía, podía imaginárselo con tan solo escuchar su rugido, en su constante devenir y en sus estallidos de espumas sobre las rocas que lo rodeaban.
El pinito quería surfear. Su papa le explicaba que esa no era su tarea, que el debía crecer fuerte e inmóvil en la tierra. Que debía ser un gran pino para dar sombra a los visitantes.
Que debía estirar sus brazos hasta alcanzar el cielo. Que sus ramas debían sostener otras ramitas pequeñas y hojas de diferentes tamaños. Que debía dar frutos, para que jueguen los niños. Que debía disfrutar con el sol que calentaba sus copas. Que debía sentir al viento meciéndose entre sus ramas. Que debía aceptar su destino. Pero al pinito nada de esto le importaba. El no aguantaba tener esas raíces gigantes que lo inmovilizaban, que lo atrapaban a un suelo rígido y espeso. Se sentía preso en su propio cuerpo. Los demás árboles no podían entender que no aceptara ser un pino y se enojaban con el por querer ser distinto.
El pinito les explicaba que el deseaba moverse libre entre las olas, que soñaba con salir de la tierra fija, que imaginaba viajar en el mar, que todo eso era lo que más amaba en el mundo, surfear. A la mama le daba mucho miedo que su hijo quiera hacer algo tan distinto a los demás, que soñara con algo que era imposible, ya que no podía moverse, pues estaba atrapado en el suelo y no podría lograr su sueño. Pero al pinito nada de esto le daba miedo.
El seguía pensando en su deseo, y con su sueño de surfear pero sin poder moverse del suelo.
El tiempo paso sin que nada cambiara, hasta que un día sucedió algo imprevisto. Una mañana de primavera se escucharon unos ruidos extraños en el lugar. De pronto se acercaron unos hombres con unas moto sierras que comenzaron a caminar por el terreno. Todos los árboles temblaron de terror al verlos. Pues no querían ser arrancados de sus raíces. El único que no tembló y que se alegro fue el pinito surfista. Es más, se inclino y se bamboleo para que lo descubrieran y lo eligieran para cortarlo. Y así fue. Los hombres de pronto se detuvieron ante el arbolito y se sintieron mágicamente atraídos hacia él. Lo miraron, lo miraron, lo miraron…y le dijeron: …permiso vamos a cortarte para transformarte en una tabla de surf…y creemos que sos el indicado… El pinito se sonrió y disfruto viendo como lo liberaban de las raíces ante la mirada atónita y aterrorizada de los demás árboles. Ese verano, transformado en tabla, el pinito surfeo, se deslizo entre las olas, y jugo con los niños que lo amaban. Y por sobre todas las cosas cumplió su sueño y se libero de un destino que no coincidía con su corazón.
FIN
Por Carolina Ciordia
Etiquetas: Fragmentos III
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